La seducción de las plantas.
Como axioma la realidad estética es una
concepto claro, la belleza de su voz está disuelta en todo lo que nos rodea y
en algunos casos emociona. el cromatismo de los óxidos de las pizarras es
inigualable. De hecho, todo lo que contemplamos es bello, nada hay que le
iguale. Su lenguaje es el nuestro, sus canciones salen por nuestra boca y sus
paisajes nos llevan al sueño de la existencia. La naturaleza nos habla siempre,
desde una partícula diminuta, un bloque de mármol, o un grandioso farallón como
el de los Mallos de Riglos. Aquellas rocas atraen a la vista y al cuerpo, son
referentes en el territorio y tienen un poder espiritual sobre nosotros. Nuestro
mundo es una percepción emocionada, sentida y recreada de lo real. Pero como
podemos ver, su acción queda desplegada durante millones de años.
Desde tiempos de Pitágoras existe una creencia que relaciona la espiritualidad unida a las formas geométricas y a la matemática. Se trata de un símbolo complejo y simétrico en todas las direcciones que desprende una sensación de belleza perfecta. Su forma es la consecuencia de la búsqueda entre las relaciones del triángulo equilátero, el hexágono, y la esfera, que por su perfección resultante se le ha adjudicado un valor religioso y místico. Está presente en diversas culturas y religiones de todo el mundo y todavía hoy despierta expectación y aporta soluciones conceptuales asombrosas.
Cuando miro el paisaje y me emociono con su belleza o me asombro con su brutalidad, en realidad lo que estoy recibiendo son vibraciones y fluctuaciones de onda, transmisiones de efectos lumínicos, sinfonías que oscilan y son leídos por los sensores que esas mismas vibraciones han construido con la paciencia de los siglos. En realidad no sabemos mucho sobre como funcionan los impulsos creativos, como los átomos deciden buscar sus variables, agruparse en moléculas y llegar a formar vida.
El arte es un lenguaje simbólico que habla directamente a las fibras sensibles del alma, excita las emociones hasta hacerlas reír y llorar al mimo tiempo y enternece los espíritus más violentos hasta hacer de ellos criaturas desvalidas. Cuando su fuerza expresiva es así, la naturaleza ha dispuesto la marmita de la belleza hasta presentar las acciones divinas. Es tan increíble su poder evocador que se convierte en el arquetipo de la vida, del asombro permanente y encarna los mejores valores, los que permanecen siempre.
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